Vivamos sin incendios forestales

Vivamos sin incendios forestales

El 12 de diciembre pasado informábamos sobre la ceremonia de premiación de la campaña "Vivamos sin Incendios Forestales" del Colegio de Ingenieros Forestales. En dicha actividad, Guillermo Julio, académico de la Facultad de Ciencias Forestales, participó como jurado, y hoy ha vuelto a los medios de comunicación, respondiendo diversas interrogantes sobre los focos de incendio en nuestro país.

La sociedad percibe la pérdida de los bosques, sin embargo, existe una diversidad de especies animales y vegetales que también se ven afectadas, e incluso muchas de ellas se encuentran con problemas de conservación. Tal es el caso del ñandú y el huemul que habitan en el Parque Nacional Torres del Paine, los que, junto con otras especies, han debido emigrar hacia otras zonas.

La cantidad de hectáreas quemadas durante la semana pasada son  equivalentes a un año en Chile. "La situación en el Parque Nacional Torres del Paine es distinta a la que ocurre en la región del Bio Bio. La primera se debe al descuido de un ser humano, tal como ocurrió hace cinco años por la acción de un turista checo que consumió 11 mil hectáreas del parque, incluyendo bosques nativos de Lenga y Ñirre; situación que hoy se repite con los mismos agravantes de viento y sequía que vive la región de Magallanes. En Bio Bio la situación ambiental también es crítica, por las altas temperaturas y el material vegetal existente, que corresponde, principalmente a plantaciones de pino, fácilmente inflamables y que se extienden de forma muy rápida. Pero lo más grave es el impacto social, consecuencia de las ya más de 200 viviendas quemadas, que se suman a las 25 mil hectáreas consumidas", señala el profesor Guillermo Julio.

Es necesario trabajar la regulación y las penas existentes para este tipo de hechos, considerando que sólo el 1% o el 2 % de los partes por incendios se concretan en una sanción, y que la causalidad de incendios forestales por fenómenos naturales en Chile no excede, en promedio al 0,3%; en cambio los incendios premeditados son la alrededor del 30-40% del total, y los por causas negligentes (tránsito de personas y vehículos, turistas, juegos de niños, entre otras) alcanzan entre el 60 y 70% del total.

La experiencia de Guillermo Julio, tanto en el Laboratorio de Incendios Forestal de la FCFCN, como en el convenio suscrito en diciembre de 2010 con la Corporación Nacional Forestal -CONAF-, y diversas actividades internacionales sobre el tema de prevención, le permite concluir que, en términos generales nuestro país está preparado para reaccionar a este tipo de emergencias, ya que el programa de manejo de fuego de CONAF cuenta con años de experiencia y trabajo en cuanto a reacción y combate. El problema más de fondo es la prevención y la necesidad de contar con mayor cantidad de personas, más aún en zonas aisladas como lo es el Parque Nacional Torres del Paine. Lugares como éste requieren mayor vigilancia y presencia de guardaparques por área. En el caso de la octava región, si bien existe mayor infraestructura para reaccionar, las condiciones de combustibilidad son muy complicadas y sumado a las condiciones climáticas, la situación se vuelve altamente crítica.

Un foco de fuego se inicia cuando el tejido vegetal alcanza, en promedio, una temperatura de 300 a 350 grados Celsius.  Esta temperatura puede producirse por efecto de fenómenos naturales (tormentas eléctricas, erupciones volcánicas), o bien por acciones antrópicas negligentes o premeditadas.  Sin embargo el manejo del fuego es complejo ya que no existe un único método aplicable a todos los casos, puesto que cada situación es diferente y depende de diversos factores, tales como las condiciones climáticas, geográficas o ambientales, lo que hace que cada combate y reacción tenga sus propias características y estrategias.  Es posible señalar que los principales factores que influyen en la expansión de un incendio son básicamente las condiciones meteorológicas (el viento principalmente); la topografía del terreno (la pendiente y formaciones de quebradas) y la vegetación (calidad del material combustible en cuanto a sus constitutivos químicos, estado de humedad de los tejidos vegetales y, continuidad de los estratos de pastos, matorrales y arbolados).

Cuando un material vegetal que se enciende (por ejemplo, producto de una fogata descuidada de un turista), si el material combustible está húmedo y frío, el terreno es plano y no hay presencia de viento, lo más probable que ese foco de fuego se apague solo y no conduzca a un incendio. Por el contrario, cuando las condiciones son críticas desde el punto de vista de estado y continuidad  la vegetación, vientos fuertes y pendientes abruptas, lo esperable es que la situación se traduzca en un incendio conflictivo, que puede tornarse incontrolable si no se le combate rápida y oportunamente.  Cabe indicar que la velocidad de expansión de un incendio es exponencial, en relación a las unidades de tiempo que transcurren desde su inicio.

También es importante destacar que los factores mencionados que inciden en la iniciación y propagación de los incendios poseen una elevada variabilidad. De hecho, es prácticamente imposible encontrar incendios idénticos (todos son distintos). Incluso, dos incendios que se producen en un mismo lugar en momentos distintos, también pueden ser diferentes en su comportamiento (forma y velocidad de propagación), porque dependerán del estado del tiempo atmosférico que impere en el momento que ellos ocurren.

¿Cómo combatir el fuego?

El método básico de combate es la instalación de una línea o faja de vegetación despejada en el perímetro del incendio (cortafuegos), fin de cortar la continuidad de la vegetación e impedir su expansión.  Dependiendo de los niveles de liberación calórica de los frentes de llamas, esa línea de contención se puede instalar en el borde mismo de las llamas o a una distancia desde uno a varios metros, en una posición que evite que el combatiente pueda ser afectado por la radiación y convección calórica y por el largo de las llamas. 

Lamentablemente, con frecuencia los incendios de gran intensidad pueden saltar los cortafuegos, carreteras anchas e incluso ríos y, en estos casos, la técnica de combate más efectiva puede ser la basada en contrafuegos, que son contra incendios que se aplican en dirección contraria al frente de avance, de modo de provocar la sofocación por impacto entre las llamas, aprovechando el efecto de succión (vacío) que se genera por el calentamiento del aire en la propagación del fuego. Esta técnica es muy efectiva, pero también altamente riesgosa, por lo cual sólo debe ser empleada por personal experto con mucha experiencia.

Una vez que todo el incendio ha quedado circunscrito dentro las líneas de contención, se dice que incendio está controlado, y a continuación debe procederse a la extinción de llamas o focos que aún quedan adentro, hasta asegurar que el incendio fue definitivamente extinguido.

Lo esencial del combate es la construcción de las líneas de contención, para lo cual se pueden emplear herramientas manuales, equipos motorizados livianos y maquinaria pesada.  Estas líneas pueden ser reforzadas con el empleo de agua y productos químicos retardantes, aplicados en tierra o por medio de aeronaves. También el uso del fuego puede ayudar a asegurar el efecto de contención de las líneas.

Como todos los incendios son diferentes, no existe una receta única para la estrategia de combate.  La modalidad de acción debe ser definida en el lugar del incendio por quién esté a cargo de la operación, sobre la base de un reconocimiento y una evaluación de las condiciones presentes y las proyecciones de la expansión del incendio.  El uso de simuladores de incendios puede constituir una valiosa ayuda en este aspecto.

Por lo general, la acción de combate se orienta a iniciar la instalación de las líneas de contención en los frentes que el incendio pueda provocar mayores daños, como casas, sectores un alto valor ambiental o la presencia de maderas valiosas o indispensables como materias primas para procesos industriales.

Principales daños causados por incendios forestales

Los daños que provocan los incendios se pueden clasificar en dos categorías: Directos e Indirectos. Los primeros se refieren a bienes dañados que poseen un precio o un valor de mercado, es decir, son fácilmente cuantificables (maderas, casas, cercos, animales, etc.). Por su parte, los indirectos se caracterizan por su intangibilidad, son difíciles de identificar y evaluar, y corresponden esencialmente a impactos sociales y ambientales, muchos de los cuales solo pueden apreciarse en períodos posteriores (a veces varios años) después del incendio.

Los impactos sociales esencialmente se refieren a los efectos sicológicos en las personas afectadas, por la pérdida de sus bienes o por el daño mismo a las personas, a la pérdida de fuentes de trabajo, detención de procesos productivos y comerciales, pérdidas en el turismo, reducción de fuentes de esparcimiento y la práctica deportiva de las personas, impedimento en el uso de las vías de tránsito, y un sinnúmero de otras situaciones negativas.  Por su parte, los impactos ambientales son de una enorme variedad, como el deterioro de los componentes de ecosistemas naturales (flora, fauna, suelos, aguas y calidad del aire), alteraciones graves en la biodiversidad, y en los bancos genéticos naturales, iniciación de procesos erosivos, deterioro del paisaje, fragmentación de coberturas de vegetación, entre otros.

Es indudable que los impactos sociales y ambientales provocan daños y efectos significativamente superiores a las pérdidas directas. Además, está el agravante que la resiliencia de los recursos naturales renovables (la capacidad que poseen para recuperar su condición original, previa al efecto del fuego), puede significar un proceso de cientos de años, e incluso, en las situación más críticas, la imposibilidad de la recuperación.

Cómo iniciar la restauración de un suelo afectado por incendios forestales

La restauración de suelos forestales afectados por incendios forestales puede lograrse por medio de la repoblación natural de árboles, a través de la siembra de semillas, o bien por medio de la plantación con especies producidas en viveros. La repoblación natural puede ser apoyada con trabajos culturales en los suelos, de manera de crear camas que favorezcan a la germinación de las semillas.

Los procesos de reposición de bosques pueden tener una extensión variable, dependiendo de la rotación y longitud natural de vida de las especies arbóreas eliminadas por el fuego.

En el caso de plantaciones de pinos y eucaliptos, la reconstitución del bosque se puede extender desde unos 10 a 25 años (situación de los incendios del Bío Bío).  En cambio, en formaciones naturales nativas (como es el caso de Las Torres de Paine), la reposición del arbolado adulto quemado podría extenderse desde uno 100 a 200 años.

Últimas noticias